Cenicienta perdió un zapato a la orilla del río. Su madrastra la castigo al llegar a casa, de modo que cogió una bolsa y se marchó. No sabía a dónde iría, pero salió y caminos través del campo hasta llegar a una granja y allí pidió trabajo. La señora de la casa la contrató. Cenicienta durmió esa noche en una cama de paja, con una sábana algo rasposa y una leve manta. Durmió bien. Desayunó. Se sentía algo triste por todo lo que le había pasado, pero no de rindió. Le tocaba cuidar de los caballos, darles de comer y cepillar los. La amable señora Renata había subido al monte con las vacas bien temprano y no bajaría hasta tarde. Cenicienta, que ahora era llamada Elena, pues ese es el nombre que se había inventado de nuevas, tenía que hacer las labores del hogar. Excepto cocinar, la señora bajaba para cocinar en el puchero cada día. Nuestra cenicienta, ya no tan gris, empezba a sentirse mejor, auqnue todos los días echaba en falta a su padre y aquella vida acomodada lejos de los sufrimientos y trabajos de los pobres. Renata, no obstante no ser rica, tampoco era pobre, pensó la nueva Elena, de hecho no le faltaba de nada y la acogió como la hija que nunca había tenido.
Pasaron los meses y Cenicienta decidió seguir su viaje, porque tenía pesadillas y no conseguía la tranquilidad de espíritu. Se enteró Cenicienta de un baile en la comarca de al lado y se lo contó a Renata y Renata, cual hada madrina, sacó un hermoso vestido de sus cortinas, las que conservaba del cuarto matrimonial, que casi parecían seda, cuando la casa había sido un palacio, antes de la llegada de la Bruja María, que había matado a su esooso y convertido la casa en una casa de campo normal y corriente.
Renata entendió la oportunidad de volver a vivir en palacio, no por la hermosura de la que podía ser candidata a casarse con el príncipe de la pequeña nación, sino para fastidiar a la familia de Cenicienta. Y es que Renata era en realidad el hada madrina de Elena. Se había escondido para que la muchacha entendiese que trabajar no era malo y que la falta de amor era pésima y que, cuando uno trabajaba para comer, valía la pena. Elena aprendió la lección. Encontró el vestido sobre su cama de paja y brillaba de tal forma que tal parecía estar echo con cristales, acompañaban el atuendo unos hermosos zapatos de tacón sensato de color azul claro como el vestido, perlados, irisados y algo puntiagudos, que se ajustaban perfectamente a sus pies.
Pero, ¿sabía Elena que Renata era su madrina y que era hija de un hada? De eso no tenía ni idea.
Llegado el día llegó en una hermosa carroza dorada a la fiesta del príncipe. Un baile de presentación, ya que el príncipe había cumplido 16, como Elena. Pero nuestra Cenicienta , en su desventura, perdió un zapato en un charco de barro y no le quedó mas remedio que quedarse fuera. Ni con hada madrina parecía sonreírle la fortuna. Volvió llorosa a la casa, sin saber que el joven príncipe había encontrado su zapatito de cristal azulado y buscaba devolvérselo a su dueña. Así fue como se hicieron amigos. La llevó a trabajar de sirvienta a palacio, y Cenicienta le pidió llevarse a Renata con ella. Mientras todo esto pasaba, la Bruja María, que no era otra que la madrastra de Cenicienta buscaba al Hada Madrina y a su hijastra y deseándole lo peor se convirtió a la brujería demoníaca, siendo más fuerte y terrible que un dragón. El príncipe protegía a Cenicienta así que la Bruja malvada ya nada pudo hacerle nunca más. El futuro del Hada Madrina fue casarse con el mayordomo y Elena fue adoptada por los reyes, aunque en el reino no se llevase hacer cosas similares, y vivió feliz. No sé que fue de Cenicienta en los siguientes años, pero si vuelvo a encontrármela, y pronto lo haré, os contare que pasó felizmente.
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